Comentar la obra de otro es para mí una terrible responsabilidad, en la que se establecen necesariamente juicios estéticos, pero también éticos.
El incendio de las mariposas nace como consecuencia de un proceso creativo, de ensimismamiento y por qué no, tal vez de un esfuerzo de resiliencia.
Leí con mucha atención cada uno de los pasajes poéticos que provienen de la memoria infantil, actualizada y endurecida por el tiempo y la experiencia. Con claridad, los detalles se asoman entre las metáforas, describiendo la evolución de la mente y de la conciencia en su viaje a la madurez, que permanece definitivamente secuestrada por la adolescencia perturbada por el entorno, pleno de ignorancia y falta de una orientación, para que el camino de crisálida a mariposa no quedase marcado por la abrupta realidad que nos avasalla frecuentemente.
El relato poético va de los recuerdos de la hermosa infancia, plena de recuerdos, en los que la música conforma una banda sonora que acompaña la soledad y los intentos artísticos quedan opacados por los hechos. Adultos que se refugian en su moral y religión sin comprender lo que se gesta en las pequeñas crisálidas que luchan ferozmente dentro del capullo, entre la fisiología y la moral, como describe Alondra.
No es posible leer el Incendio de las Mariposas sin involucrarse emocionalmente, sin permitir que la sensibilidad aflore, pero sobre todo sin dejar de cuestionarse.
Es una hermosa forma de denunciar a esa sociedad corrupta y decadente en que vivimos, la doble moral en la que la sexualidad es satanizada y deja en indefensión e impotencia a las víctimas de abuso infantil, ante miradas omisas.
La falta de compromiso, de autoridad y de valores mantiene a una sociedad convulsionada, que tiene que diseñar para sí, nuevas formas de convivencia, entre la violencia y la marginación, una sociedad en la que reina la ignorancia, pero sobre todo la falta de amor hacia los demás.
Hacer frente al problema de salud mental que se origina en la comunidad que retrata Alondra requiere un esfuerzo importante, en el que urge el involucro de todos. Nos preocupamos por combatir medicamente enfermedades como la diabetes y el cáncer, sin embargo nos ocupamos muy poco de las repercusiones mentales que la sociedad misma genera cotidianamente, que quizás sean mucho más frecuentes y detonen las primeras, como consecuencia del estrés en el que vivimos.
Cómo no deprimirse, cómo seguir mirando el mundo de la misma forma que en la tierna infancia, cómo rescatar esa niñez y el nombre de hogar, mientras se hace madurar violentamente a esas crisálidas, no sólo rasgando el capullo para que puedan salir sino como Alondra Berber dice en un lenguaje crudo y honesto, INCENDIÁNDOLAS brutalmente.
Se requiere valor, mucho valor para escribir, pero más, para mostrar a través de la literatura una realidad que nos negamos a ver y a cambiar.