Aicus Arreug, que al revés significa guerra sucia, es el tributo que el pintor Luis Vargas Santa Cruz hace a los desaparecidos por la represión en Guerrero; un recordatorio de la sangre, el odio y el miedo vividos en el Estado donde nació y que dejó bajo el agua o bajo la tierra a personas que siguen apareciendo sin nombre, pero con huellas de tortura. Una obra pictórica que coloca un espejo frente a la crueldad para defender una postura que coincide con la determinación oficial alemana frente a su pasado nazi: Es preciso que la población se involucre en el proceso de abordar, conocer y superar la historia para no repetirla.
Guerrero, al igual que Alemania, requiere una búsqueda de reconciliación y disposición al recuerdo para que olvidar no sea una alternativa.
Luis Vargas Santa Cruz es un artista mexicano originario de Acapulco, que un día sintió la necesidad de dejar de plasmar la belleza, para comenzar a hablar de la historia de uno de los Estados con realidad social más compleja de México. ¿Los resultados inmediatos? Una serie de duras críticas de artistas y funcionarias culturales de la old school guerrerense cuyos argumentos eran la invalidez de la preocupación del joven por hechos históricos que no vivió en carne propia y que las proporciones de los personajes no se adaptaban a los criterios rigurosos de los cuerpos reales.
Luis Vargas no sólo estaba rompiendo el esquema de las técnicas y temáticas socialmente aceptadas en la provincia (obras costumbristas, series cubistas y realismo), estaba, además, abordando la oscuridad para que lo que en ella se escondía, fuese visible: la guerrilla, la represión, los crímenes de lesa humanidad y los gritos acallados en fosas clandestinas de personas que nunca regresaron a casa.
La guerra sucia contra la sociedad civil, iniciada a finales de los años 60 fue desatada por el Estado mexicano para desaparecer todo movimiento subversivo. Teniendo como principales víctimas a las comunidades campesinas, se hicieron presentes actos de tortura, represión, desapariciones forzadas e incluso violación de mujeres y niñas como parte de un mensaje, además, simbólico, dirigido a los luchadores sociales, principalmente, a Lucio Cabañas Barrientos.
Oscar Wilde, evocado mucho tiempo después por el despiadado Presidente de los Estados Unidos, Francis Underwood, en la serie House of cards, afirmaba que “todo en la vida trata sobre sexo, excepto el sexo. El sexo trata sobre el poder” y en un país de esencia machista y alternancia en la silla presidencial entre la derecha y ultraderecha políticas, no sorprende que el sexo fuese un mecanismo de manipulación agresiva para desmoralizar a las mujeres cercanas (o no) a los guerrilleros.
Guerrero es considerado, por analistas de riesgos, un Estado cuya criminalidad se sintetiza en movimientos sociales. Lo que política y mediáticamente no se dice con el mismo peso es que estos movimientos sociales son una respuesta ante la baja calidad de vida, la pobreza, el analfabetismo, el cacicazgo, la injusticia y la violación de derechos humanos como parte de su cotidianidad; motivos por los cuales diversas organizaciones y activistas sociales han hablando incluso de un terrorismo de Estado.
En 2009, Luis Vargas Santa Cruz presentó Aicus Arreug, una serie de pinturas sobre la guerra sucia guerrerense, pero no sólo hizo esto: la presentó, entre otros lugares, en el Congreso, en Ciudad de México, para que las víctimas de torturas, erradicadas y relegadas en fosas clandestinas, pudiesen mirar a los ojos a la clase política mexicana, logrando una serie para pedir perdón, partiendo de que sólo enfrentar el pasado permitirá la defensa plena de los derechos humanos en el presente.
La gama de colores, el chorro de pintura resbalando por el lienzo, las escenas trágicas y la evidente influencia del expresionismo alemán (movimiento cultural de principios del siglo XX, de carácter existencialista y promotor de la emotividad y distorsión de la realidad), muestran la taquicardia como si fuese una palabra que pudiese ser tocada; algo que salta en cada cuadro y exige el esfuerzo mínimo de recordar; algo que también nos mira desde los cuadros y algo, que presenciado con dureza, no existe, pues la mayor parte de los rostros y personajes, son un vacío en las fotografías familiares y en las habitaciones, personas a quienes todavía esperan.
Luis Vargas Santa Cruz flota por encima del desencanto, experimentando íntimamente, la carga ética y moral de conocer su pasado y comprender que aquello que se mantiene imperceptible, con el tiempo llega a parecer inexistente.
Tras un proceso de investigación que partió de entrevistas con guerrilleros y escritores, así como la lectura de libros como Guerra en el Paraíso de Carlos Montemayor y ¡A merced del enemigo! de Arturo Gallegos Nájera (quien reseñó la exposición), Luis Vargas elabora una serie de artefactos que reproducen las voces y los gritos en el horizonte; artefactos que permiten diversas construcciones de una misma narración y que según el dramaturgo Felipe Galván lo convierten en el pintor de la guerra en el paraíso (libro de lectura imprescindible sobre el tema, de Carlos Montemayor).
Según el escritor Gustavo Martínez Castellanos, cuando el pueblo empuña las armas contra su gobierno es porque ya no lo reconoce como tal; y cuando el gobierno destina sus recursos, estrategias e intenciones al exterminio de su adversario que ha dejado de reconocer como su pueblo, se habla de guerra sucia, destinada a aplastar a una comunidad cansada.
El artivismo es una palabra que combina arte con activismo y tiene por objetivo promover el cambio social a través de la incidencia en la agenda política de los Estados. Un antecedente de 1937 podría ser el “Guernica”, pintado por Pablo Picasso, en el cual reflejó el bombardeo a Guernica a raíz de la Guerra Civil Española o incluso “Saturno devorando a un hijo” de Francisco de Goya, donde el artista plasma una percepción terrible sobre el mundo y la muerte.
El artivismo apela a dotar de estética la injusticia, la denuncia y los movimientos sociales que nacen en consecuencia para configurar acciones colectivas que rompan la indiferencia aprendida. Busca la reflexión, el cuestionamiento y la confrontación a través de la generación de símbolos.
Entre lo público y lo privado se apropia de los espacios para plantear, reinterpretar y dar un nuevo significado a la realidad, para indagar en las problemáticas no asumidas por la colectividad y levantar la voz frente a las contradicciones que derivan, por ejemplo, en una urgente necesidad de dar visibilidad a lo invisible, más allá del debate sobre si el arte debe tener una función o no.
La pregunta entonces, es ¿por qué elegimos la belleza y no otro mecanismo para desmenuzar la carne de nuestros propios demonios? Según Sigmund Freud, el arte despierta efectos emotivos y revela un placer que no nacería en la conversación de inquietudes. El diálogo oscuro provoca repelencia y frialdad. El arte, en cambio, atraviesa los muros como una fuerza transparente y es lo terrible, cubierto de estética, algo que se contempla, que se tiene presente; algo que no es posible negar porque está ahí, real, vívido y ajeno, provocando un proceso en el que los sentidos reciben la información de la obra, perciben sus fuentes psíquicas más hondas y las interpretan. El placer estético, con su poder de liberar las tensiones del distanciamiento formal.
En estas condiciones, fundamentado filosóficamente en Aristóteles e influenciado por el expresionismo alemán y pintores como Willem de Kooning, Oskar Kokoschka, El Greco, Chaim Soutine, Francis Bacon, José Clemente Orozco y Otto Dix, Luis Vargas Santa Cruz expresa libremente el dolor, el terror y comunica a través de la pintura un tema que los guerrerenses no tienen derecho a ignorar.
En 2014, nació el caso más mediático de desaparición forzada en México: 43 estudiantes de la Normal Rural Ayotzinapa fueron tragados por la tierra como si nunca hubiesen existido y el mundo reaccionó ante ello.
Motivado por los miles de desaparecidos en los últimos años en el país y por su contacto con historiadores de Cataluña, Luis Vargas retoma la temática con el proyecto Aznad Etreum (al revés danza muerte) que integra la desaparición forzada con elementos de la danza butoh.
Al final, la pregunta no es si los jóvenes artistas tienen derecho a preocuparse por un hecho histórico del cual no fueron víctimas o testigos; la pregunta es ¿Quiénes ganan con la desaparición de la memoria?
Publicado originalmente en Cultura Colectiva,
http://culturacolectiva.com/pintura-guerra-sucia-en-mexico/