TODO: La vanguardia de la aesthesis totalista
La singularidad de cada artista
está en el pedazo de mundo que él «obra»
y en los procedimientos que inventa para esto.
SUELY ROLNIK
El caos de la tormenta libera al ser humano de la vida trivial. Según el filósofo francés Jean Chevalier, es en ella que «se despliega la acción creadora» y «aparecen los grandes comienzos y los grandes fines de épocas históricas». Para el poeta catalán Juan-Eduardo Cirlot, la catástrofe simboliza un cambio por mutación; es el «signo del inicio de una transformación psíquica».
La tormenta ha sido inspiración desde hace siglos para los artistas; ya Vivaldi en Las cuatro estaciones llevó a las partituras sus vientos furiosos. En La tempestad de Shakespeare, Próspero ordena al silfo Ariel que desate una tormenta para hacer naufragar a sus enemigos; obra reinterpretada por artistas como Waterhouse en Miranda y la tempestad o por Greenaway en Los libros de Próspero.
Courbet apresó en La tromba y en La ola la brutalidad de la natura, en tanto Rembrandt, Delacroix y Brueghel el Viejo pintaron a Cristo en el mar de Galilea. En La tempestad, Kokoschka se retrató petrificado en medio de una tormenta, junto a Alma, su amante, que dormía plácidamente.
Acapulco ha sido por décadas una ciudad melancólica. En el puerto siempre se añora algo, pero para añorar es cierto que también es preciso excluir algo de la memoria. Las personas olvidan incluso que crecieron escuchando que Acapulco un día iba a desaparecer; es tal vez ese sentimiento de pérdida anticipada, incrustado en el inconsciente colectivo, la razón de que la ciudad siempre extrañe.
En octubre de 2023 el augurio se cumplió, cuando un histórico huracán categoría cinco se intensificó velozmente e impactó Acapulco, con vientos sostenidos de 260 km/h y rachas de más de 315 km/h. Si el fin del mundo existe, debe sentirse así, porque esa noche todos en la ciudad se convencieron de que iban a morir.
La catástrofe develó la naturaleza caprichosa de la rota fortunae (reino, he reinado, no tengo reino, reinaré), hasta que un día, a inicios de febrero, apareció una inesperada provocación llamada TODO. Los artistas que atendieron el llamado, dejaron de girar solitarios en la rueda de la fortuna, para colocarse al centro por primera vez y observarlo todo, juntos.
Como concepto, la propia palabra derivada del latín totus, evoca la categoría de la totalidad, en que todo está interconectado y forma parte de un todo más grande. Luis Vargas Santa Cruz, co-organizador de la exhibición, pidió a los artistas sacar a la superficie los demonios del huracán, del contexto y de sus entrañas revueltas. Hablar de lo que estaba ocurriendo; de quiénes eran, de dónde venían, lo que estaban sufriendo y hacia dónde irán desde el trazo de una ruta en colectivo.
El proceso de trabajo en, desde y hacia lo colectivo implicó ver arte, excitar procesos y estar donde ocurrían las cosas. Repensar los discursos personales, dialogar acerca del territorio y reflexionar sobre la existencia desde una mirada sociológica, para crear el non-finito «manifiesto nuestro». La clave estaba en la voracidad de cada artista para dar todo, desafiar sus propios límites y devorar todo al conceptualizar y crear objetos, prácticas y experiencias estéticas.
En TODO se manifiestan, en primera instancia, obras de carácter plástico y visual; pintura, fotografía, escultura, arte-objeto, grabado, pero también se hacen presentes piezas de cine, teatro, videoarte, literatura y danza, entre otras. Hay obras de creación individual como también obras que emprenden la operación de desfetichizar el objeto de arte, convirtiendo al espectador en co-creador.
Las obras críticas que componen la exhibición pueden ser entendidas desde un pensar-sentir-hacer post-catastróficos, pero también como actos articulados de desobediencia aesthética e institucional, al hacer arte en un periodo en que el arte es reprimido por la institucionalidad cultural en Guerrero, que obedece a una lógica de opresión/negación propios de la colonialidad.
En su texto ¿El arte cura?, la curadora y crítica brasileña Suely Rolnik nos habla de que el arte no se reduce al objeto que es producto de la práctica estética, sino que es esta práctica la que debe ser percibida como un todo; una práctica que abraza la vida como potencia de creación.
En esta línea de intertextualidad entre arte y sanación nos encontramos con diversas piezas que sirven como documento histórico del huracán Otis y sus estragos, pero la tormenta no debe distraernos de otros motivos y mensajes implícitos en las obras presentadas.
En la exposición, aparecen el Acapulco herido por los incendios o por la violencia; el ser humano como reflejo de la naturaleza; la piedad otorgada a seres mitológicos; el ciclo interminable de creación y destrucción; el Acapulco que pasó de ser un paraíso a ser el infierno del turismo sexual infantil; o la simbología de la vida y la muerte incrustada en el cuerpo humano.
La propuesta presente no abona al recrudecimiento de la cosificación de la dimensión estética en la vida social; al contrario, tiene que ver con la experiencia de participar en la construcción de la existencia.
Desde una visión de conjunto y apelando a teóricos como Juan Acha (Perú) y Walter Mignolo (Argentina), para los artistas de TODO, lo foráneo ya no es el horizonte utópico que establece y universaliza lo que es el arte. El colectivo propone una mirada vívida que no teme mostrar su destrucción, sus fantasmas y su periodo de ruptura como preludio para compartir su propio hallazgo de la experiencia estética y cohesiva post-catástrofe.
La sinergia cósmica de la tormenta ha despertado en los integrantes de TODO la fuerza para asistir el nacimiento de un comienzo latente como vanguardia latinoamericana. Sea bienvenida la primera exhibición de este movimiento de aesthesis totalista, que podría perfectamente partir de la alteración de un concepto alquímico: OMNIBVS HIC ARTEM EST OMNIA; INANE NIHIL: aquí el arte es todo en todas las cosas y nada está vacío. El arte es todo en todos.
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